cuentos

Silvia Pastor

Contame uno de reyes

aries/fosfato de potasio

—Malfronio, contame un cuento, uno de reyes.
—¿Con pelusa o con pelambre?
—Policarpio.
—Macanudo.

—Había un rey. No, no había, estaba.
—¿Dónde estaba el rey?
—Estaba en alguna parte, en algún lugar. Y luego de vivir muchos años se murió.
—Ajá.
—¿Ajá, qué?
—¿Terminó?
—Claro que terminó.
—No puede terminar.
—¿Por qué no?
—Primero porque es muy corto. Y segundo porque es…
—¿Qué es?
—No sé. Demasiado corto. Eso no es un cuento, te lo dije, tomá.
—¿Y qué tiene que ver la cortitud con la calidadidad?
—Bueno, soy chiquito, no sé. No tengo argumentontos como ustedes los grandes, pero algo no anda bien en ese cuento que no parece un cuento.
—Y ya que sabés tanto de cuentos, entonces, ¿qué le falta?
—Supongo que un poco más de palabras, de cosas. Y tiene un error. Los reyes no viven, los reyes reinan. Y te faltó el colorín colorado.
—Ah, mirámelo, vos, al sabelotodo… Y si los reyes reinan qué hacen los humanos, ¿no viven?
—Bueno, creo que los humanos humanan.
—¿Y los animalitos?
—Animalean.
—¿Y los bizcochos?
—Bizcochean.
—Ajá. Según tu razonamiento quiere decir que vos no esperás un cuento para niños sino algo más sofisticado, ¿no?
—¿Qué es sofisticado?
—E….
—¿Una Sofía plastificada?
—Noo. Es algo más elaborado.
—¿Como un pan dulce?
—Bueno… algo así.
—Entonces contame cuentos de pan dulces.
—Macanudo.
—Te cuento un cuento, pero con una condición.
—¿Qué es una condición?
—No importa, solo no me interrumpas y listo, sino, no te cuento nada.
—Bueno, Malfronio, está bien.
—Macanudo.
—Había una vez un rey. No, no había, estaba.
—…
—Estaba del verbo existir. Porque los reyes no viven, reinan. Entonces este rey estaba reinando, existía. Pero esa existencia suya no era en la soledad, no existía la soledad en su reino. No era un reino aplastado, era como un pan dulce, con frutas abrillantadas y gomoso, pero no de goma, sino de una existencia liviana y dulce. La existencia del rey, que era la esencia de su reinado, se asemejaba a un pan dulce o a muchos. Pero el pan dulce no existe, solo los humanos existen. Son en-el-mundo, con los otros, por eso no existe otra cosa que el ser-arrojado-al-mundo. Hombre y mundo es una sola cosa. Él no vivía en el mundo, él era el mundo. Por lo tanto mundaba, humanaba, reinaba. Esa era la base de su estar ahí en el mundo. Los nativos le habían puesto una palabra corta porque no iban a andar diciendo cada vez que se veían, ¿ey, cómo estás arrojado-en-el-mundo? Por eso la palabra no servía de mucho. Un servidor del rey que se interiorizaba solo en las cosas útiles, que servían, porque esa era su esencia, era un servidor, había descubierto que la palabra dasein no era la más adecuada, que era inservible. El rey que no sabía nada sobre lo servil y lo inservible le hacía caso, el rey solo reinaba su mundo de Zapallo con Queso. Entonces era mejor una palabra más corta para referirse a la forma de estar en el mundo e inventó la palabra self, que significa conocerse a sí mismo. No tenía nada que ver, pero antes se le había ocurrido sol, luz, ala, voz. Claro, no podía usar palabras cortas conocidas porque sería complicado y confuso, y poco útil. Así fue como todos se saludaban “¿cómo self, Juanito?”, “¿qué self, María?” Y así. Pero una tarde medio lluviosa el rey pensó algo descabellado. Se había aburrido de jugar al ajedrez solo y se puso a pensar. Pensó en su self, “todo mi reinado de zapallo con queso anda todo el día, self de acá, self de allá. Los músicos me tienen harto con tantas canciones que hablan del self. Las obras de teatro solo interpretan a los selfianos. Y todo es culpa de una sola persona, mi servidor”. Mandó a llamar al servidor; era extraño, porque el rey nunca llamaba a nadie, en realidad nunca hacía nada más que reinar. Pero él era vivo, reinaba un poquito a la mañana tipo de diez y media de la mañana hasta las doce menos cuarto, así tenía tiempo para desayunar y almorzar tranquilo, luego una buena siestonga, y levantado del apolillo se disponía a hacer un poco de fiaca porque él, mejor que nadie, sabía que eso de ser rey no es moco de pavo, era un asunto difícil, peligroso y ridículo. No, ridículo, no. Mejor, complicado. No, complicado no, mejor… estoico. No. Estoico, no. Bueno, eran como tres cosas importantes que no vienen al caso. El asunto es que había que ver la cara del servidor, estaba más asustado que perro en un lavarropas. “¿Me llamó su majestad?”, preguntaba el salamín. Y el rey, que era de pocas pulgas, le respondió que claro, si nunca llamaba a nadie y una vez que lo hace a quién iba a ser si no era a él, que se le fue anunciado con trompetas y todos. Ah, se me olvidó, era con trompetas que lo llamaron. Y también con tambores. En realidad era una fanfarria que despertó a todos de la siesta, de la siesta no, si ya era tarde, pero era como un acontecimiento. Miento, no era como un acontecimiento, sino como algo novedoso. No, novedoso no, quizás como un fenómeno. Si, fenómeno sí. Ah… me olvidé de decirles que el rey no tenía esposa y era tuerto, y también tenía mal aliento, pero nadie le decía porque era el rey y como era de pocas pulgas entonces mejor no, que se lo dijera magoya, ps. “¡Buen servidor de su majestad!”, gritó firme el escriba y narrador del rey. El pelado, el que en los tiempos libres trabajaba de bufón, sí, del rey, ¿de quién va a ser? Pero nadie le decía pelado delante del rey porque usaba una peluca roja adornada con jazmines, porque como el rey era algo sordo tenía que leerle cerca, le leía porque no veía bien, y debido a la cercanía de la boca del rey ya que este rey era medio sonso y cuando escuchaba dejaba la boca abierta, era natural que el pelado tuviera que oler la boca podrida de su majestad. Él tampoco se animaba a decirle que se lavara los dientes o que masticara hojas de menta. ¡Demente había que ser! Pobre. Pobre… Pobre servidor se fue llorando con la cara llena de agua. Ah, no, me olvidé, eso iba después. Así fue que el narrador y escriba le dijo que no era así, que él tenía que darse cuenta, que para eso le pagaban un buen sueldo, que porque no se le había ocurrido una mejor palabra, que el rey estaba cansado, que fu que fa. Bueno, así no le decía, pero como el empleador y el servidor eran amigos, era por eso que le decía, pero así no, sino de otra manera. Pero el rey que era bastante sordo y de muy pocas pulgas, ¡mamá! Le rajó una ¡RASPUNTRINACATRELASPACATRAN! El servidor, ahora sí se puso triste y fue un solo llanto. El rey que era tuerto, y veía mal, con mal aliento y cojo, jorobado, bastante jorobado de la columna, más jorobado que jorobado, con mal aliento, también tenía un gran corazón y se apiadó de Servi. Vení, no llores, no llores que me vas a hacer llorar y lo abrazó como a un hijo. Ah, ¿te dije que no tenía reina? Por eso no tenía hijos, y aunque él no sabía cómo era abrazar como a un hijo igual lo abrazó. Igual los dos lloraban como dos sandías. Bueno, no exactamente como dos sandías, acaso como dos cebollas. Y mientras lo abrazaba y acariciaba a su querido servidor, le dijo, yo sé que esto para vos no sirve para nada pero para mí sí, y ya ves, como yo soy el rey dictamino lo que es útil y lo que no, vos, zoncito solo me ayudás a las cosas que se me escapan, porque no sé si te diste cuenta que la vida de un rey es complicada, inútil e inservible. No. Es… tonta, boba y aburrida. No, eso tampoco. Es, bueno, tres cosas importantes, pero ninguna de esas. Y es así cómo me vas a ayudar y a dejarte de ser tan racionalista y que bebas más de la fuente del dasein original, que después de todo estábamos mejor en aquella compleja y no complicada forma de referirnos a nuestra forma de ser-en-el-mundo, y de estar en vez de ser solamente. “Estaremos arrojados” y cuando el rey ponía ese tono, el Pelado tenía que hacer malabares para agarrar pluma y pergamino, y escribir: “es ta re mosss muy mojados”… noo, borraba, arrojados. “Arrojados al mundo, no habrá existencia sin hombre, mundo sin ser humano, porque el dasein es pura humanidad, nada existe fuera del hombre”. Lo único a lo que llegó a escribir fue: “na da ex iste fue era del hombre”, borra, ombrre, borra, mmmmmm ah, hombre, con hache. “¿Escribiste mis pensamientos escriba-narrador y afines?” “Sí, su majestad, bueno, mi majestad. No es que la majestad sea mía, pero usted es mi majestad, quien gobierna nuestros sueños y todo eso”.
El rey lo miró como nunca antes por el asunto de la fiaca. Y sorprendido dijo:
Te ordeno que escribas esas cosas tan bellas que decís, tenéis mi autorización a dedicarte tiempo completo a ello.
El Pelado se fue tan feliz con esa tarea, que se le cayó la peluca en el camino, saltaba en una pata. Y el rey se sintió más grande y generoso, entonces libró, no que le tiró con un libro, sino de libertad, libró al servidor de hacer cosas útiles y le dio para que hiciera fiaca como él. Y entonces sonaron las trompetas en todo el palacio para anunciar que todos podían hacer lo que quisieran. Hubo fiestas y todos festejaron. Pero la fiaca del rey sumado a que no tenía esposa y que el comedor estaba tan lejos del palacio hizo que decidiera no festejar nada y se quedó solo, tomando mate, con el ajedrez mojado por sus lágrimas. “Jaque mate”, se dijo así mismo y se fue a dormir. A la mañana siguiente, a eso de las diez menos cuarto, antes de reinar como de costumbre se tomó el día para pensar. Se dio cuenta de que ya nadie hablaba de existir, que todo era para afuera, pero no estaban haciendo nada útil, o sí, pero eso no incluía el mundo del rey. Quizás porque el rey era tímido y en el fondo se sabía un discapacitado, que el mal aliento que no desconocía y que tenía la capacidad de matar a un elefante a tres metros, con el que había luchado desde su infancia, razón por lo cual había aprendido a sonreír con los dientes apretados y así fue ganando la gracia de todo el mundo hasta que llegó a ser rey, porque en esa época le decían el Rey Sonrisa. Lo que más temía era que por lo bajo lo llamaran Rey Aliento Podrido. Bueno, también le podían decir, Rey Bizcocho, Rey Noveno Be, rey 73/71, y así. Se asomó por la ventana sucia de la torre principal y vio a su reino feliz, todos haciendo lo que querían. Esa libertad era posible, aunque fuera sobornada por grandes sacrificios. Fue entonces cuando se sacó el ojo de vidrio, la pata de palo, la dentadura de lata, las hombreras y se tiró desde la torre. Para él fue un suicidio. Pero con tanta mala suerte para la muerte que cayó en el pan dulce gigante que habían hecho como era costumbre y el rey se salvó. Como estaban medio borrachines lo agarraron al rey lo levantaron entre todos cantando su nombre y haciendo chistes con sus virtudes y sus defeeeeectos y como todo era tan gracioso el rey rió y ahí se dio cuenta de que el pan dulce no solo le sacaba el mal aliento sino que le procuraba mejor visión, casi recuperado, saltó en una pata, literalmente en una pata y se dio cuenta, todo el mundo, que el rey era buen bailarín y se murió de risa. Sí, se murió, de risa, pero se murió. Jaque mate. Y colorín colorado este cuento ha terminado.
—Jum.
—¿Te gustó?
—Sí...
... ¿Y por qué el reino se llamaba Zapallo con Queso?

Marcelo Meza
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